viernes, 20 de mayo de 2011

El ingreso al mundo de la Prostitución.



La imagen convencional de la primera experiencia en la prostitución ha sido comúnmente la de la inocencia engañada o, a juzgar por las biografías de numerosas prostitutas, una experiencia gravemente traumática. Sin embargo, para la mayor parte de las mujeres que llegan a la prostitución desde una base previa de promiscuidad prematrimonial, la transición no es traumática, y para algunas, incluso, puede constituir el comienzo de un tipo de vida mucho más cómodo y sujeto a menos presiones.

En realidad, incluso en el siglo XIX las condiciones de trabajo de las prostitutas inglesas aparecían ante algunos observadores como menos dañinas físicamente que el trabajo en las fábricas o el agotamiento producido por los continuos embarazos. Los efectos dañinos de la prostitución son mucho menos obvios: dependen de la penetración cada vez más profunda en el mundo de la prostitución, unida a la disminución de als relaciones e trauma específico producido por al entrada en el mundo de la prostitución, este aparece más a menudo en las mujeres, sobre todo en las mujeres de clase media, que no han experimentado un condicionamiento previo a través de contactos sexuales múltiples con una diversidad de hombres.

Con el declinar del burdel, o casa de prostitución, la experiencia del aprendizaje de la prostitución depende actualmente de las relaciones bilaterales entre la aprendiza y una prostituta con mayor experiencia o un hombre que hace las veces de protector. La experiencia del aprendizaje entraña más cosas que la mera cuestión de acostumbrarse al intercambio del dinero por el coito, aunque este es el dilema central, esencial, de la prostituta. Supone también los métodos de aproximación a los hombres, la fijación del precio y su cobro, el manejo de la relación sexual y la despedida del cliente. Cada una de estas tareas requiere hacer explícito aquello que estaba implícito en todos los contactos sexuales anteriores, ya que, por numerosos que hayan sido, siempre existió la posibilidad de considerarlos como parte de una estructura de relaciones sexuales de tipo convencional.

Una vez que se ha hecho explícita la aceptación del dinero, es obvio que la mujer ha abandonado la excusa misma de una posible relación emocional con el hombre. La situación ya no es la del noviazgo o el encuentro ocasional, sino que está limitada al cambio específico de la relación sexual por dinero. Esto significa que incluso si la prostituta no ha rechazado anteriormente a nadie, su ausencia actual de discriminación se convierte en algo público. Durante este periodo de aprendizaje deberá asimilar una jerga especializada en relación no solo con el comportamiento sexual, sino también con los nombres que dará a quienes le rodean: clientes, alcahuetes, policías y las otras prostitutas. La jerga está cargada de valores y obliga por sí misma a la neófita a hacer suyos ciertos patrones de acción y de pensamiento.

La más compleja de estas tareas, no obstante, consiste en aprender a hablar acerca de actos y preferencias sexuales que, aunque hayan surgido anteriormente, se han llevado a cabo en un contexto no verbal, sino basado en gestos, y en aprender luego a enlazar este nuevo lenguaje con la fijación del precio del acto concreto que se le pide. El problema es que mientras la relación entre el dinero y la sexualidad es lo que hace posible el acto, la parte económica del acto no debe intervenir en la naturaleza de la parte sexual.

La estructura de la conversación, una vez aprendida, se hace muy ritualizada y predecible, aunque varía según el nivel social de unos y otros clientes y según las distintas situaciones de la prostitución, aunque varía según el nivel social de unos y otros clientes y según las distintas situaciones de prostitución. Así, para el cliente de clase baja, la cuestión del dinero es muy importante, la gama de actos sexuales es poco variada y el contenido de la charla sexual es reducido. Por el contrario, en los contactos con hombres de la clase media, el precio queda fijado y ya no se vuelve a hablar de él (aunque el hombre pueda obtener una satisfacción psíquica como resultado del pago), los gustos sexuales pueden ser amplios y tiende a establecerse un tipo de conversación que trasciende el carácter inmediatamente sexual de la relación. La capacidad para resolver todos estos problemas constituye una habilidad poco común, lo cual puede muy bien explicar los problemas de variabilidad con que se enfrentan las prostitutas que ingresan en la profesión a diversos niveles.

La entrada en la “vida” exige, pues, asimilar una nueva concepción de la propia persona, una nueva forma de relacionarse con el hombre y una nueva manera de hablar acerca de sí misma, así como aprender a enfrentarse con un mundo poblado de personas muy peculiares. Al mismo tiempo, hay una disminución de la frecuencia de la interacción con seres convencionales (excepto aquellos hombres que asumen el nuevo papel de clientes) y, subsiguientemente, una capacidad cada vez menor de retornar al mundo tradicional. La vida de la prostitución, al igual que sucede con otros tipos de desviación, compromete a una persona desde los niveles más profundos de la experiencia humana, y a lo largo de este proceso crea entre las prostitutas semejanzas mucho mayores de las que cabría esperar partiendo de un tipo determinado de características etiológicas.

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